Día 36: "Los años es lo de menos"

Paco estaba cansado. Lo decía su actitud, el rictus seco de todo un día fuera de sus rutinas, aunque no lo hubieras adivinado a simple vista. Y eso que acaba de cumplir la friolera de 100 años --¡quién los pille algún día!--.

Entró en el salón muy erguido, apoyando la parte fatigosa de su peso en su robusto bastón de madera clara y veteada de algún barniz color betún. Caminaba serio, con el porte de todo un gentleman de los años 30, detrás de su mujer, Isaura, que (8 días después del cumpleaños de él), justo el día de los enamorados, ha cumplido 101 años. Habían sido muy guapos en su juventud, se notaba. Y sus viejas fotografías lo confirmaban. Especialmente Paco, con el perfil seductor y desafiante de un gangster de Nueva York o Chicago, afilado por la caladura de un sombrero Fedora.

Isaura, en cambio, necesitó un apoyo para llegar hasta la silla. Tiene 101 años, y la falta de estabilidad de sus piernas, junto a una cierta sordera, son los únicos achaques tangibles de la edad más allá de las canas, las arrugas o la delgadez. Sea como sea, no les echaríais los años que tienen, quizá en torno a 20 años menos de los que en realidad han alcanzado. A nuestros ojos, hubieran pasado por octogenarios a lo sumo. 

Isaura estaba deslumbrante, alegre y sonriente, saludando educada y simpática nada más abrirse la puerta del salón ante ella, con su chal de lana verde amarronado sobre los hombros y un pequeño bolso colgado en bandolera de uno de sus hombros. Cuando el propietario de la residencia de Zafra donde viven la invitó a acomodarse en su silla, ella le cogió juguetona la otra mano también y le propuso en su lugar bailar una jota.

La historia de uno no existe ni se escribe sin la historia del otro, pero Paco se lleva la palma por su carácter  revolucionario y abierto, además de por su locuacidad y su capacidad de pasar de hablar del amor a los culpables de la crisis, sin que medie diálogo alguno con su interlocutor.

Cara Cable... Digo Clark Gable y Vivien Leigh en 'Lo que el viento se llevó'
Se conocieron en Madrid. Tenían 17 y 18 años, y pareja en aquel momento. Paco trabajaba en un despacho de pan. Lo repartía por las mañanas muy temprano entre varios conventos de monjas, exigentes por que el pan estuviera aún caliente cuando les llegara, y también en algunas casas. En una de esas, en una de esas casas, se topó con Isaura, un año mayor que él. Y ahí se enamoraron. Paco dejó a su novia de toda la vida, con la que además compartía el apellido, e Isaura dejó al gachó que la pretendía hacía tiempo y que le escribía cartas desde diferentes puntos de la accidentada geografía de aquella España gris de 1930, justificando su ausencia con su oficio de pescadero (que no de pescador).

Tras dos años "hablando", como se le llamaba por aquel entonces al flirteo de una pareja en ciernes hasta su camino hacia el altar, se casaron, iniciando así una vida en común que dura ya 80 años.

A comienzos de la primavera del 43, les tocó el gordo de una lotería. "Cuatro pesetas", recuerda ahora Paco, casi 70 años después, cuando el valor del dinero ha cambiado tanto, hasta el punto de que ahora manejamos euros, que en aquel entonces esas 14.000 pesetas debieron saberles a Gloria. A saber todo lo que podía obtenerse en aquellos años con una sola peseta, claro está. Para Isaura, aquel dinero fue el primer impulso a la economía de su pequeña familia. Tuvieron dos hijas, y a día de hoy han sumado a los suyos cuatro nietos y nueve biznietos, por ahora. Poco más tarde, Paco se hartó de pan. Una mañana, en medio de su ruta de reparto, quizá cansado de un sospechado conformismo, tiró el cesto que cargaba en plena Plaza de Chamartín --nuevo revulsivo--. 

- El único objetivo de mi vida era aprender más, seguir aprendiendo --afirma contundente antes de añadir que fue socio fundador de gaseosas La Revoltosa.

Para Paco, no existe ningún secreto para llegar a cumplir el centenario, por mucho que algunos se empeñen en buscarle los tres pies al gato o lo achaquen a que el frío curte a la gente del norte para aguantar mejor el paso del tiempo. Ni siquiera le convence el lema de su esposa: "trabajo". Sus ojos se sonríen desde detrás de sus gafas de cristal al aire, y sus labios asoman un amago de incredulidad mientras afirma que es un simple hecho de la vida, que se trata de "vivirla. No morir vivo, sino morir cuando acaba la vida".

100 y 101 años. 201 entre los dos, de los que 160 (80 por cabeza) los han pasado juntos. Hoy en día, 2012, siglo XIX e inmersos en la sociedad ya no de la información, sino de las redes sociales y el 'living la vida loca', es extraño pensar en la posibilidad de llegar a compartir 80 años de vida con una misma persona, a la que nos una un sentimiento de amor, y mucho menos en cómo serán tantos años juntos.

- Bien --dice Isaura, y ese "bien" arrastrado con una sonrisa, deja entrever que hay que ceder y batallar, pero que no es imposible--. Unas veces regañando... Otras veces diciendo "mira, si quieres comer, come, si no lo dejas".

Esa simple frase, que puede parecer del todo inocente, encierra un sin fin de significados. Una clave, tal vez. Una sabiduría que le han dado los años, su capacidad de dar al otro supuestas victorias cuando ella sabía que no era así, y que comparte contigo de manera tan inteligente y sucinta.

- Yo soy el hombre que hace 80 años le gustó esta mujer, y hoy me sigue gustando. Y sigo con ella, aunque ella no quiera --profiere Paco, desatando un estallido de risas entre los que se han reunido en el salón para escuchar de sus propios labios, una vez más, su bella historia. 

Y en sus palabras, sin duda alguna, también hay sabiduría. Dicen que el diablo sabe más por viejo que por diablo, y va a ser que sí, que el refranero español, una vez más, ha dado en el clavo. Aunque cueste imaginar que dos personas sigan gustándose después de tantos años, con lo agrios que se vuelven a veces los caracteres.

En un momento de voces cruzadas, conversaciones paralelas y risas, Paco entiende mal una pregunta de la chica desconocida que ha llegado a la residencia para estropearle la siesta y espabilarlo antes de su fiesta de cumpleaños. La joven, fascinada a sus 25 años por la historia de ambos, por su edad y por la lucidez de sus mentes, preguntaba qué tal era eso de cumplir 100 años, así como su mujer uno más. Él debió entender qué tal llevaba la diferencia de edad con su mujer, pero terminó dando una lección de vida a la periodista, a la que le pareció, más que nada, un consejo.

- Los años es lo de menos --dice Paco, levantando lentamente la mirada de la mesita de café, donde reposa un centro repleto de flores que escondía muy tuno el micrófono, y con una sonrisa de añoranza y cariño en los labios--. Los años en la persona están en la inteligencia, están en la actividad, están en los sentimientos, están en el pensamiento... Que sea bueno, que sea malo... Y como hay de tantas clases, pues es difícil que dos coincidan --y levanta los dedos índice y corazón mientras fija los ojos en la periodista, como para hacer énfasis en lo que va a decir a continuación--. Los habrá... --añade, relajando el tono--. Y si no coinciden, se permiten y se respetan, que eso es lo importante. Que se deje la libertad, que se piense en lo que piensa (el otro), pero que no intentes intervenir en ello. Que ella siga en su pensamiento, o él en este caso. [...] Con eso, sobra todo ya.

Again, como diría el Bachi en 'Primos': 'Gone with the wind'
Era como si me estuviese aconsejando sobre mi propia vida, como una revelación, desde la primera vez que abrió la boca al principio de la entrevista, cuando dijo que se trata de vivir la vida, y nada más. Paco Cuesta, a fuerza de sabiduría y la experiencia que le han dado los años, se ha convertido en mi filósofo favorito. Justo el día antes de esta entrevista, un día después de San Valentín, alguien, de manera supongo totalmente inocente, me preguntó: "¿Tú crees en el amor?". "Poco, muy poco", contesté. Después de conocer a Isaura y Paco, me arrepentí.

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