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Mostrando entradas de mayo, 2010

La sempiterna pregunta que nunca falta en una boda

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Hace ya casi un decenio, una prima tocaya de mi madre se dirigió a mí cuando aún sólo contaba unos escasos 14 años para hacerme la sempiterna pregunta que surge en mitad de cualquier boda que se precie, hacia los jóvenes solteros susceptibles de ser objeto de tal observación: - Ven, Naza, guapa. ¿Tú ya tienes novio o qué? -vale, no es un "¿Y tú para cuándo?", pero joder, tenía 14 años-. - No, yo no uso de eso aún -solía ser mi mordaz respuesta hacia ese ataque de buitres deseosos de carne fresca y saraos que se prestasen a un sin fin de cotilleos familiares-. La prima, muy lista y muy cariñosa (todo sea dicho), me dijo: "mejor, tú a estudiar, que eres muy joven, y de que termines una carrera ya, entonces, te echas novio, exactamente igual que mi hijo, y mira que bien le ha salido todo". La boda no era la de su hijo. Y nunca, en ninguna otra boda, me volvió a repetir la dichosa pregunta. Este martes, el día 18, fue el 25 aniversario de mis padres y lo celebramos p

¿A quién confiesa sus pecados la Iglesia católica?

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Por fin el Papa, Venedicto XVI (alias Ratzinger Z), ha mencionado los pecados de la Iglesia. Sí, amigos, los católicos confiesan sus pecados a una institución infinitamente más pecadora: milenios de muertes, destrucción, aniquilación de la libertad y la cultura, apropiación ilegal de bienes de la humanidad, confabulación con gobiernos antisemita, conspiración, envenenamiento y asesinatos; abusos, pederastia y vicio. Gula, lujuria, avaricia, pereza, ira, envidia y soberbia (los siete pecados capitales). Ansia de poder. Discriminación, repudio y sumisión de la mujer. Robo y privatización de la riqueza. Los "representates de Dios en la Tierra", que se erigieron como tales por voluntad propia... Muajajajaja. ¿Qué penitencia se les impone? ¿Quién decide su calvario? ¿A quién ruegan perdón y confiesan sus pecados? Y, muy importante, ¿por qué los cristianos tienen que confesarse con ellos, recibir de ellos una orden de penitencia en forma de oración, escuchar de ellos el perd

Las películas mejor en el cine: ¿Por qué no leo comics?

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Si no fuera por los libros, algunas series y los grandes inventos del DVD, el Dolby Surround y el 5.1, creo que me tiraría los días metida en una sala de cine, con un cubo industrial de palomitas y un vaso XXL de té frío, viendo películas, una tras otra, cada tarde... o incluso mañana. Y, claro, si además me pagaran por ello, me haría rica gustosamente. Creo que sólo en una ocasión alguien me dijo que no le gustaba ir al cine, y estoy segura de ello, aunque no recuerde quien fue (seguramente, borraría ese momento de mi vida por lo absurdo y ofensivo que me debió resultar). Y, luego, está la ya más que asentada corriente de "¿para qué voy a gastarme seis euros en el cine, si puedo bajarla y verla en casa?" Pues porque no es lo mismo, zoquete!! ¡¡No es lo mismo!! La gozada de sentarte en tu butaca a tu gusto (hombre, no te puedes tumbar, pero es que eso es anticine), habiendo pedido en taquilla previamente el asiento 7 u 8 de la fila 7, por supuesto; ver los trailers con ese

7 de mayo: reloaded

Llamadlo pereza, astenia primaveral u hormonas alteradas. Tanto da. La nueva estación nos ha afectado a mí y a mi pequeño Compaq (de seis años y medio ya). ¡¡Ya sé, ya séee!! "El burro delante pa' que no se espante". Pero hay una razón para todo orden, así que directamete... sigo. En mi caso, estoy casi completamente segura (y a partir de hoy sólo quedan unas dos semanas para saberlo definitivamente) de que se trata de algún trastorno hormonal. En su caso, el de mi ordenador, ya no lo tengo tan claro. La semana pasada me soplaron 30 euracos (después de que lo formateara previamente mi padre, ese gran informático) en una tienda de ordenadores por (supuestamente) solucionar el problema de arranque por el que lo había llevado. Y la pesadilla continúa... aunque con menor intensidad. Soy de las personas que se maravillan viendo como la generación 3G aprende a manejar un iPod Touch en tres minutos por su cuenta, y sin saber leer, casi sin que le digas donde está, mínima