Vientos caprichosos

No se puede tener todo en esta vida. Lo llaman “rachas”. Amor, dinero, salud y trabajo. O de lo uno o de lo otro, pero no todo a la vez. Ni acariciando las nubes, ni por debajo del asfalto. Como eso de “afortunado en el juego, desafortunado en el amor”. Es como una ley no escrita de la naturaleza, que si nos otorga una cosa, nos quita otra. Suerte, azar, destino, casualidad,… Nadie aún lo sabe. Y si lo sabe, se lo ha callado muy bien.

A mí se me antoja como un viento caprichoso, que elige su dirección a voluntad, sin tener en cuenta nuestras decisiones, nuestras elecciones, para complicarnos a veces la vida y para facilitárnosla otras. Lo imagino haciendo virar una veleta de la rosa de los vientos, como pasaba con otra con forma de gallo en Mary Poppins, avisando a Londres de su llegada o del tiempo de su marcha. Eso son para mí las rachas.

Ese viento ha dejado un mensaje en mi buzón de voz con el comienzo de la semana y, la verdad, viniendo del viento, me sorprende cómo me alegró escuchar sus palabras.

Soy deficitaria en amor. Administradora de mis pocos ahorros monetarios (pero me las apaño bastante bien). Según todas las analíticas que me hacen, estoy como una rosa. Y, desde octubre de 2009, formo parte de los más de cuatro millones de parados que hay ahora mismo en España. Ésa es hasta ahora mi situación.

Al parecer, mi suerte cambia, según los susurros del viento. Un poquito más de algo, dos poquitos, un montoncito seguro que además me dará otra pequeña cantidad de otra cosa. Vale, buenas noticias, ¿no? ¡Hala! Estoy contenta, celebrándolo en mi pequeño círculo, porque son suaves brisas que ayudan a despejar mis migrañas, si fuera un tornado que lo limpiara todo y eliminara la enfermedad, ya os hubiera incluido en la fiesta.

Peeero… Siempre hay un pero. Y debía de haberlo esperado al encontrar un mensaje de un remitente tal. No lo olvides nunca, el viento no viaja solo.

Lo supe ayer, caminando en una tarde bonita, iluminada, fresca, agradable y calmada, entre piedras milenarias, senderos rodeados de verde esmeralda y los últimos rayos del sol reflejados en el río Guadiana. Miras hacia arriba, donde sólo hay dos pequeños borrones de nubes que parecen disfrutar de una siesta merecida, y ves el cielo convertido en una paleta de colores pastel, degradados del azul al violeta, del violeta al rosa y del rosa al anaranjado anillo que envuelve al sol mientras cae sobre el horizonte. Una tarde llena de fotografías preciosas sin un fotógrafo adecuado para captar su belleza plena, sólo nuestros ojos.

Lo supe ayer, al despedirme de esos caminos, de ese paseo y de esa tarde preciosa. La noche llegó amenazando tormenta. Nubes oscuras comenzaron a sobrevolar el río y entonces lo vi.

El pero es un dolor punzante e incómodo, acompañado de mareos que más bien parecen pérdidas de equilibrio o que también podrían responder a un estado premenstrual excesivamente largo. El viento me la ha jugado, porque sabe que no me gustan los médicos. Así que aquí estoy. Incómoda ande, me pare, me siente o me acueste. La celebración ha terminado.

Me gusta la lluvia, me emociona ver nevar, me apetece siempre el calor, le encuentro encanto y gusto al frío, pero odio, odio con todas mis fuerzas el viento.

He dicho.


PD: mi cuenta de amor sigue en números rojos.

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