"¡¡Tierra a la vista!!"
- ¡Señor Redwine! ¿Se trata acaso de una península? ¿Hemos alcanzado el continente?
- No, mi Capitán. Más bien pareciera un pequeño islote rodeado de aguas cristalinas y... poco profundas, debería añadir.
- ¿Cuán poco profundas? -la alarma se reflejó en sus ojos, mientras buscaba entre sus ropas una herramienta-. ¡Señor Tuck! ¡¿Dónde está mi catalejo?! -el segundo se lo entregó con ademán patoso-.
- Capitán, creo que es un caladero rodeado de corales.
- Prepárense para virar o dañaremos el casco y la quilla, ¡rápido!
- ¡Capitán! Hay un paso más profundo y limpio por estribor. Podemos acceder a la isla desde ahí, echar el ancla y tomar los botes para inspeccionarla.
- ¡Nada de eso! -rugió el Capitán-. Y deje de subordinarse, yo soy quien da aquí las órdenes y ordeno que continuamos hasta Cabo Blanco sin más demora.
- Pero Capitán, piénselo. Podría haber oro en esa tierra virgen.
- ¡Y ron!
- ¡Y mujeres! -gritaban otros-.
- ¡Hay mujeres! -replicó el señor Redwine, que no había dejado de vigilar la costa que tenían enfrente-. Las veo caminar por la playa.
Toda la tripulación estalló de excitación en un coro de vítores y canciones de borrachos, encaramándose a la borda con una mano en visera para ver mejor el espectáculo que ofrecía la playa, mientras el Capitán Newman, un apuesto hombre que rondaba la treintena, alto, guapo, rubio y con ojos del azul del cielo, hacía lo propio con su catalejo desde el puente de mando.
Casi convencido ya de seguir los deseos de su tripuación, que, por otra parte, también eran los suyos, al oído de un "¡Al abordaje!" de no sabía muy bien quien, pero poco le importaba, retiró la lente de su ojo derecho mientras miraba con aún más deseo la isla: mujeres tumbadas al sol y ron. Tanto ron como para incendiar todo lo que se presentaba ante su vista en ese momento. Y en un rompeolas rocoso que se adentraba unos cuantos metros en el mar, una joven ninfa vestida con unas escasas telas blancas, se contemplaba los pies descalzos con una flor de intenso color violeta prendida en su cabello. La decisión estaba tomada.
- ¡Preparaos para virar la nave a estribor, perros sarnosos! Echaremos el ancla por esta noche...
Hay tierra a la vista, pero aún no sé qué me deparará esa isla, ni si conseguiré abordarla con éxito.
- No, mi Capitán. Más bien pareciera un pequeño islote rodeado de aguas cristalinas y... poco profundas, debería añadir.
- ¿Cuán poco profundas? -la alarma se reflejó en sus ojos, mientras buscaba entre sus ropas una herramienta-. ¡Señor Tuck! ¡¿Dónde está mi catalejo?! -el segundo se lo entregó con ademán patoso-.
- Capitán, creo que es un caladero rodeado de corales.
- Prepárense para virar o dañaremos el casco y la quilla, ¡rápido!
- ¡Capitán! Hay un paso más profundo y limpio por estribor. Podemos acceder a la isla desde ahí, echar el ancla y tomar los botes para inspeccionarla.
- ¡Nada de eso! -rugió el Capitán-. Y deje de subordinarse, yo soy quien da aquí las órdenes y ordeno que continuamos hasta Cabo Blanco sin más demora.
- Pero Capitán, piénselo. Podría haber oro en esa tierra virgen.
- ¡Y ron!
- ¡Y mujeres! -gritaban otros-.
- ¡Hay mujeres! -replicó el señor Redwine, que no había dejado de vigilar la costa que tenían enfrente-. Las veo caminar por la playa.
Toda la tripulación estalló de excitación en un coro de vítores y canciones de borrachos, encaramándose a la borda con una mano en visera para ver mejor el espectáculo que ofrecía la playa, mientras el Capitán Newman, un apuesto hombre que rondaba la treintena, alto, guapo, rubio y con ojos del azul del cielo, hacía lo propio con su catalejo desde el puente de mando.
Casi convencido ya de seguir los deseos de su tripuación, que, por otra parte, también eran los suyos, al oído de un "¡Al abordaje!" de no sabía muy bien quien, pero poco le importaba, retiró la lente de su ojo derecho mientras miraba con aún más deseo la isla: mujeres tumbadas al sol y ron. Tanto ron como para incendiar todo lo que se presentaba ante su vista en ese momento. Y en un rompeolas rocoso que se adentraba unos cuantos metros en el mar, una joven ninfa vestida con unas escasas telas blancas, se contemplaba los pies descalzos con una flor de intenso color violeta prendida en su cabello. La decisión estaba tomada.
- ¡Preparaos para virar la nave a estribor, perros sarnosos! Echaremos el ancla por esta noche...
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