Yo elegí la vida


Era feliz. Muy feliz.
Y apareció. Ya estaba allí, pero... no sé, apareció. 
Me hizo gracia que fuera de aquella manera.
Me acostumbré a él.
Le quise.
Y fui más feliz.

Yo le preguntaba: "¿Y tú? ¿Qué quieres?"
Él me respondía: "Ser feliz"

En esas descubrí el error. La falla de aquello que parecía tan entero, tan redondo, tan perfecto. Pero lo ignoré.
¿Funcionaba? Funcionábamos.
Había atracción, le añades poco a poco sentimientos y, como con todo, queriendo que algo funcione... funciona. Todo es cuestión de voluntad.
Pero...
Yo sí sabía lo que yo quería. 
Él no sabía ni siquiera lo que ya tenía, ¿cómo iba a saber lo que quería? 
Meses, años después, comprobé que seguía sin saberlo.
En cada encuentro, en cada choque... Cada vez que volvíamos a mirarnos, y a sonreír sabiendo que quedaban brasas.

(si me saldrán redondas las cosas, que descubro este cuento justo cuando estaba empezando a escribir esta entrada)

Nunca digas de este agua no beberé, porque el amor surge así y, al final, tres tazas. Una cosa que no encaja en tus planes, que no estaba prevista ni en la que habías reparado y, de repente, una mirada a los ojos más allá de la habitual, una conversación más larga de lo que estipula la mera cordialidad, una sonrisa en cada par de ojos que reconoce la misma curiosidad en el otro... y empieza el juego.

Pero insisto en la importancia del punto de partida: la felicidad. 

Ser feliz no es una cuestión de accesorios, ni de satélites. Ser feliz no es equivalente a tener un amor o un amante. Ser feliz es un estado que requiere ante todo de la individualidad. No hay que ser dos, ni tres, ni mucho menos cuatro, ni ciento volando, para ser feliz.

Se es feliz siendo uno mismo. Uno solo. Haciendo lo que amas y amando lo que haces. Construyendo cada día la mejor versión de ti mismo. 

Si no eres feliz, independientemente de las personas que tengas a tu alrededor, de tus opciones, de las elecciones que puedas hacer,... es, sobre todo, porque no estás bien contigo mismo. 

En su caso, las pistas fueron llegando a cuenta gotas, despacio, con el tiempo. Ver cómo cambia una persona según las compañías, cambios continuos de humor, cambio de aficiones, de forma de hablar, la necesidad de tener a alguien siempre a su lado, emocionalmente,... una clara y evidente falta de personalidad, de amor propio.
No es eso lo que las mujeres queremos en nuestras vidas.

Se trata de DETERMINACIÓN. Nada de ilusiones. Nada de lanzar propuestas al aire, al aire para no llevarlas a cabo. Nada de "y si..."s. Y menos a una mujer que sabe lo que quiere, determinada, potente, con iniciativa, que cuando dice una cosa... la hace.

Digo mujer, como puedo decir persona, pero afortunadamente soy mujer... si no me llamaría Esaú (y, por cierto, seguramente sería gay).

Y que la determinación conlleve LOCURA. El amor sin locuras no es amor. Ocurrencias, atrevimiento, luchar contra la meteorología, contra el reloj... hacer gilipolleces. Y no arrepentirse.

Todo lo contrario es la inmovilidad de la prudencia. El vivir evitando sobresaltos para no salir herido. Para no tener cicatrices... 
Pues... ¡Benditas sean las cicatrices!


"Era la muerte. Yo elegí la vida".
('Las Horas', de Stephen Daldry, 2002)



DEJA PASAR LA TENTACIÓN... DILE A ESA CHICA QUE NO LLAME MÁS




Si lo que quieres es vivir cien años,
no pruebes los licores del placer.
Si eres alérgico a los desengaños,
olvídate de esa mujer.
Compra una máscara antigás, 
mantente dentro de la ley.
Si lo que quieres es vivir cien años,
haz músculos de cinco a seis.

Y ponte gomina, que no te despeine
el vientecillo de la libertad.
Funda un hogar en el que nunca reine

más rey que la seguridad.
Evita el humo de los clubs,
reduce la velocidad.
Si lo que quieres es vivir cien años,
vacúnate contra el azar.

Deja pasar la tentación,
dile a esa chica que no llame más
y, si protesta el corazón,
en la farmacia puedes preguntar:
¿Tiene pastillas para no soñar?

Si quieres ser Matusalén,
vigila tu colesterol.
Si tu película es vivir cien años,
no lo hagas nunca sin condón.
Es peligroso que tu piel desnuda
roce otra piel sin esterilizar.
Que no se infiltre el virus de la duda
en tu cama matrimonial.

Y si en tus noches falta sal,
para eso está el televisor.
Si lo que quieres es cumplir cien años,
no vivas como vivo yo.

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