Unas bragas limpias en el bolso... siempre
-- Eulalia, hija, cógeme unas bragas limpias y me las echas en el bolso, corre.
-- ¿Unas bragas? ¿Pa' qué? :|
-- Una siempre sabe cuando sale de casa, pero no cuándo entra. ;)
Antonia López Gaviro. De camino a una de las innumerables visitas a alguno de sus médicos. Mi abuela Oña. El misterio de la evolución de su nombre no responde más que a una amalgama de lenguas de trapo de sus nietos: mama Antonia.., mama Toña.., mama Coña.., mama Oña. Fin. O eso me contaron de niña.
La matriarca de los Reina. Parca en palabras, pero no daba punta sin hilo. La abuela por excelencia, de esas que hacen los mejores huevos fritos con puntilla del mundo; el mejor adobo, que plantaba en el centro de la mesa de camilla junto al pan, para que todos lo probásemos, y, por supuesto, los mejores bocadillos de nocilla de pan pan.
Una abuela con paciencia como para aguantar a sus nietos jugar durante horas a simular estrellarle huevos en la cabeza, las risas y chillidos en la cocina cuando llovía y se convertía en patio se recreo. Ilusos nosotros, valientes supuestos descubridores del secreto de Estado de que el tito Juan tenía novia al encontrar su bolso en el cesto de su Vespino... Era el bolso de la abuela, y la novia el tito la tenía desde los 14 años.
Domingos de campo. Con el correspondiente gasto de nuestros veinte duros en chuches y polos donde el señor Fernando. Noches de viernes de amontonarse en torno al brasero de picón. Visitas colectivas al sótano del abuelo, enseñándonos a tocar la armónica y la guitarra (¿alguien consiguió aprender?), inventando y grabando nuestras propias canciones. Quincenas de veranos pasados en la penumbra del salón sin aire acondicionado de los abuelos, que ella, la abuela Oña, refrescaba manteniendo el suelo fregado y la puerta abierta. Hay que ver cómo apestábamos Blanca y yo cuando nos embadurnaba en vinagre antes de dormir para que no nos picaran los mosquitos... y resultó ser varicela!
Mi abuela Oña, como digo, mujer de pocas palabras, pero sabias, y con dos gestos genuinos que te infundían confianza y que, afortunadamente, mi madre ha heredado: su guiño y su sonrisa cómplice.
Buenas noches, abuela.
Comentarios
Publicar un comentario