Oompa Loompa


"¡Es fea! Es fea con avaricia, fea de cojones. Con un aeropuerto internacional por frente, que alarga aún más estirándose coletas. Un ojo a la virulé y el otro saltón, que parece que se le va a salir, con una diferencia de tamaño considerable entre uno y otro. Joder, si es que parece un Oompa Loompa!"

Respiró. Una única vez, bien profundo. 
Nada. 
Respiró una vez más. Dos. Tres veces. 

Se tiró horas calmando su ira. Su ira, eso sí, acompañada de risa. Porque mientras gritaba todo aquello no podía parar de reír a carcajadas, casi lloraba de la risa. Ira y placer. Ira provocada por el enfado de ver aquello, de ver aquella elección. Placer de saberse liberada, de estar disfrutando nuevas cosas, de saberse ella, y sí, también placer de venganza. 

Tenía ganas de pegarle. "Dos hostias a tiempo...", pensó. 

En los últimos meses, había pasado por tantos estados de ánimo... Y seguro que todos se los habría ahorrado de haber dado esas dos hostias a tiempo. Enfado, ira, dolor, depresión, euforias transitorias, momentáneas, efímeras, y miedo... mucho miedo.

"El miedo lleva a la ira. La ira lleva al odio. El odio lleva al sufrimiento", eso le habría dicho Yoda. 

"El miedo es el camino hacia el Lado Oscuro". Y ella había pasado un año entero inmersa en su propio lado oscuro. Se había sentido extraña, mal, oscura, mala persona. 

Y ahora, por fin, reía. Reía y gritaba feliz "¡¡¡es fea!!!", como quien grita "¡lo he conseguido!". Y no le importaba para nada ser un poco mala persona por decir aquellas palabras de una persona que no conocía. Era exactamente lo que veían sus ojos, lo que plasmaba la pantalla, una pantalla más, como cualquier otra, que accediendo al mismo árbol llegaría a la misma imagen y mostraría la misma fealdad que ella veía. Por tanto, según ella misma sentenciaba, su deducción era objetiva. Era fea con avaricia, un oompa loompa. 

Pero se sentía bien, tranquila. Con la tranquilidad que le daba saber que había hecho todo lo que podía y más por perseguir sus sueños, había esperado lo indecible, había dado todo de sí cuando pensó que, simplemente, merecía la pena. Ahora ya no sabía si merecía la pena, pero su conciencia estaba tranquila. Sabía quien era ella, lo fuerte que se había demostrado, lo lejos que podía llegar, capaz de dar, capaz de... tantas cosas.

Acabó uno de sus temas setenteros favoritos en la radio del coche, ese que solía ponerse mientras se enfundaba sus vestidos cortos y tacones, y se pintaba los labios de rojo, los sábados antes de salir de fiesta con su mejor amiga. Bee Gees a toda pastilla en el cuarto de una veinteañera que baila mientras se perfuma, entrenando las caderas para una noche de varias horas de no parar de bailar. You should be dancing deja paso a When you say nothing at all, de Ronan Keating, de vuelta a casa ya. Y ella no piensa ya en ningún hombre especial, no le dedica la canción a él, ni a aquel otro, ni a ninguno de esos chicos que le gustan, con los que conquetea, dejando ventanas abiertas. Piensa en ella. En ella misma, y sonríe. 

¿Cuántas veces nos permitimos el gusto de dedicarnos una canción de amor... a nosotros mismos? 
Pocas. O ninguna. 
Respiró hondo. Abrió los ojos sonriendo, feliz.

"Antes de ti
yo ya existía,
antes de ti
¿no lo sabías?
Yo ya cantaba,
yo ya mentía,
yo ya soñaba,
antes de ti
yo ya jugaba,
yo ya reía,
ya suspiraba
si me quitaban
la ilusión,
claro que sí,
¿quién lo diría?
Antes de ti,
ya estaba yo."
-- Joaquín Sabina

Comentarios

  1. Me gusta leerte así, esa es la Eu que echaba de menos. Quiérete como te queremos

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