Población invisible

Así los llaman estos días muchos medios de comunicación: "población invisible". Y a mí me chirría cada vez que lo oigo en alguna tertulia radiofónica, de boca de algún reconocido (y a veces admirado) periodista, maestros profesionales en algunos casos, porque...

¿Qué es la población invisible? ¿Quiénes la componen? Y, sobre todo: si es invisible, ¿por qué ahora ya no?

Pues, por lo visto, hablan de población invisible para referirse a auxiliares de clínica, cuidadores de personas dependientes, barrenderos, limpiadoras, cajeros, reponedores, dependientes de tiendas, trabajadores de los servicios de recogida de basuras, conductores de transporte público, limpieza de calles, camareros,... etc, etc, etc.

Vamos, todos esos trabajadores cuyo trabajo parece que está bien hecho cuando pasa desapercibido, cuando ni lo notamos, cuando es invisible. En definitiva, personas que se dedican a hacer nuestra vida más fácil. En definitiva, solucionadores.

Personas a las que, hoy, confinados en casa por el Estado de Alarma derivado de la pandemia por Covid19, aplaudimos también desde nuestros balcones y les agradecemos su trabajo. De hecho, a los camareros hasta les echamos de menos, ¿verdad? 

Y si me apuras, en el mismo saco, van también agricultores y ganaderos. Esos señores y señoras que cultivan y crían productos de primera necesidad: nuestros alimentos, que tan caros a veces nos parecen y tan de risa nos suena lo que cobran ellos por kilo. 

Personas que se ensucian las manos, como otros no queremos, para que todos vivamos cómodamente.

Y... ¡oh, pregunta! ¿Por qué son/los llaman "invisibles"? ¿Lo son? ¿O los hemos hecho nosotros mismos así? 

- Correcsióóóónnn: los tratamos como tal
- Pero ¿por qué?
Porque no quisimos ser ellos... Y lo sabes.

Somos una sociedad heredera de vergüenzas y miserias en busca de la felicidad, del ansiado Estado del Bienestar, de la suficiencia que no tuvo esa generación de piedra que se nos está llevando el coronavirus,... Más aún: en busca de cierta abundancia, de no tener que pedir, de no tener que necesitar, de no tener que servir como hicieron ellos y sus hijos, nuestros padres. Para que nos sobre, para no tener tiempo ni de hacer nuestras propias casas. Para no sólo ganarnos la vida, sino buscarnos lo que ellos -que lo consiguieron por ellos mismos, pero no lo sabían o no fueron conscientes de ello- nos inculcaron: ser alguien.

¿Y cómo conseguimos ser alguien? 

Como nos aleccionaron, estudiando. Eligiendo una carrera, hincando codos y logrando un trabajo de oficina, nada físico, con nuestro título bajo el brazo.

¿Y si no quieres estudiar?

Si no quieres estudiar, eres un vago. Si no quieres estudiar, a trabajar. Si no quieres estudiar, a limpiar escaleras, a fregar suelos, a servir, a barrer calles, a recoger tomates, o fruta, o a la academia de peluquería y estética a lo sumo, o lleva el currículo a Mercadona, o al Zara, o preséntate a los exámenes del ayuntamiento por si te cogen para plantarte al sol a vigilar la zona azul, o a poner copas,...

¡Qué vagos, verdad? Esos que garantizan nuestro abastecimiento, la higiene de nuestras calles, espacios públicos, edificios de viviendas y trabajos.., que nos sirven la pizza deseada en casa, que nos ponen el gintonic justo como nos gusta ("pero, guapo, ponte unos frutos secos para acompañar, no seáis rácanos"), que están al lado de nuestros mayores estos días, que les asean y cuidan su alimentación,...

Estos días, aplaudimos a las limpiadoras del Congreso y los Parlamentos autonómicos, que dan el callo en el mismo espacio de trabajo que nuestros diputados durante los plenos. Incluso, y más bonito aún, aplaudimos a las limpiadoras de nuestro puesto de trabajo. Gracias a ellas -a todos ellos- podemos acudir con más seguridad a cumplir nuestras obligaciones, a seguir con nuestra vida.

Pero recuerda: nosotros fuimos quienes los hicieron invisibles.

Tratándoles como si estuvieran uno o muchos cientos de peldaños por debajo de nosotros, porque se dedican a algo que nosotros no quisimos, que para nosotros simplemente no era suficiente, pese a que (me juego la mano derecha) el 65% de los casos nuestros padres se emplearon en algún oficio dedicado a servir a los demás de forma física, pero invisible.

Hoy, le echas de menos, pero... ¿cuántas veces saludas al camarero de tu restaurante favorito y entablas una conversación con él o ella, como la que mantendrías en el ascensor con tu vecino el abogado?

Hoy, les aplaudes, pero... ¿cuántas veces has tirado desperdicios al suelo o al contenedor equivocado sin pensar en que, después, tendrán que recogerlos ellos y quizá tengan que descontaminar un bidón entero de reciclaje?

Hoy, les aplaudes, pero... ¿cuántas veces has pensado en ellos al vomitar o mearte en cualquier esquina o calle una noche de sábado que se te haya ido de las manos?

Hoy, le aplaudes, pero... ¿cuántas veces le das "los buenos días" a la limpiadora del trabajo al cruzártela en la entrada, mientras vas a fichar, y pisas el suelo que ella está terminando de fregar? 

Suele decir que la miras por encima del hombro, que no la saludas si la ves por la calle. En la calle, donde tú y yo somos iguales.

Hoy, les aplaudimos, pero... ¿aprenderemos a tratarles como lo que realmente son: iguales?

Hoy, aplaudo -mujer independiente, propietaria de mi vida y de mi coche, periodista, trabajadora, editora de informativos y presentadora de televisión, soy feliz con mi trabajo, me siento realizada, me siento alguien,.. hija de administrativo-informático-documentalista y limpiadora-tata-canguro (trabajos a los que agradezco el haberse conocido), hermana de una técnico de realización de audivisuales que igual te controla la continuidad de emisión de una cadena televisiva que te sirve un menú en McDonalds, nieta de peones de una fábrica de corchos, de una sirvienta y de un carbonero y maquinista, sobrina de camarero, profesores, limpiadoras, cajeras- y me pregunto, como cada día desde que empezó el confinamiento: ¿aprenderemos?

Deseo que los dioses y maestros clásicos se equivoquen, porque ya nos han robado el mes de abril.



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