SISTEMA INMUNE/OLÓGICO

¿Quién decide que los médicos tengan rango de autoridad pública? ¿Con qué criterios? ¿El objetivo?: Su protección y procurarles el respeto de los pacientes. Pero ¿quién protege a los pacientes de errores médicos y malas formas de los ‘facultativos’? Silencio (administrativo). Son los médicos a quienes se les concede la presunción de veracidad.

En la profesión médica, hay de todo, como en todos lados. Admiro muchísimo a mis doctores, a quienes suelen llevarme, a quienes me han tenido sobre la mesa del quirófano y, muy especialmente, a mi doctora de cabecera, que me merece un respeto altísimo. Enorme (con acento en el ‘-or’-) es también mi respeto y admiración a una recién conocida y jovencísima doctora internista, que ha llevado el caso de mi padre hasta su último aliento.

Pero…

Igual que se está poniendo sobre la mesa que se evalúe a los profesores… planteo que se evalúe a los profesionales de la Sanidad pública en el ejercicio de su actividad para decidir si deben o no ostentar dicha autoridad. Quiénes sí, y quiénes no.

No es de recibo llegar acongojada a consulta a un hospital público después de que te hayan mareado y asustado otros médicos, y que el doctor de turno (porque en el 99,9 por ciento de los casos nunca te atiende el mismo de una vez para otra) te suelte que qué haces acudiendo a una consulta por lo público, teniendo la posibilidad de ir por la privada y habiendo la lista de espera que hay. El atascazo de SES.

¿Es culpa de una paciente, que paga sus impuestos, con un problema concreto de salud, que haya lista de espera en el servicio público de salud? Gracias por la bronca, doctor… Tampoco es su culpa el paro enorme que hay en sanidad, como en otros sectores, mientras usted cubre expediente en su envidiable plaza de médico funcionario en la pública, y luego se marcha a seguir la tarea en su propia clínica privada. Discúlpeme el haber elegido a otros médicos para mis consultas de pago.

Por h o por b, el ideal de que las mujeres tengamos revisiones ginecológicas anuales en la pública se queda en eso.. en un ideal, una utopía. No es viable. No es una realidad. No las tenemos.

En 2011, hace casi cinco años, acudí a cita en el hospital de Mérida para unos estudios. Me pidieron una ecografía y una analítica. Menos mal que quien me hizo la ecografía, semanas después, me dijo que todo estaba bien en ese extremo. Para conocer los resultados de la analítica, me citaron en junio de 2014: tres años después, los resultados eran inválidos, carecían de sentido.

Evidentemente, no era el mismo médico. ¿Decisión? Empezar de cero. Tabula rasa y a retomar como una revisión nueva. Me encuentra un mioma uterino y toca estudiarlo. Nos vemos en seis meses.

En enero de 2015, me ve otro médico que sigue la misma línea y, antes de optar por medicar u operar, me dice de verme en un año para calcular el ritmo de crecimiento, pero me advierte de que puedo ver incrementados la duración y el volumen de mis periodos. Que, en tal caso, debo vigilar no tener anemias y, ante cualquier molestia, acudir a urgencias e incluso intentar adelantar la cita.

Mis periodos duraban cuatro días, con un manchado regular tirando a escaso. En febrero, fue de ocho días y aumentando en volumen de sangrado. En marzo, abril, mayo y junio, iguales. Cada vez, sangrando más, sintiéndome decaída, con mareos... Entretanto, pido alguna analítica a mi doctora, por si la anemia. Sin problemas. Julio me trae una regla de diez días, con hemorragias incluidas. ¿Sabéis lo desagradable que es levantarte de la cama y que las piernas te chorreen sangre?

Pregunto a mi doctora si adelantamos la cita, pero mientras no tenga anemia decidimos mantener la espera para enero, al año, porque por algo me habrá querido ver el ginecólogo al año. Mis padres, asustados, me instan a aprovechar el seguro médico del trabajo e ir a pedir una segunda opinión por la privada.

Lo hago. Me ve una doctora en una clínica privada y las analíticas son buenas, pero el mioma está creciendo, y el sitio donde está… -“¿Tienes hijos?” -“No” -“¿Quieres tenerlos?” -“Sí. En unos años” -“Es que…” Me cita al mes. Se me retrasa el periodo y la doctora quiere volver a examinarme. El mioma crece. “Yo lo quitaría —me dice—, pero para ello hay que quitarte el útero”.

Flipa. 29 años.

Pero, para calmarme, decide derivarme a otra doctora de una clínica privada en Badajoz, con una carta suya explicando el caso, por si all pueden emplear otra técnica: embolizarlo.

Me voy a Badajoz. Sigue sin venirme la regla. La nueva doctora no quiere plantear quitarme el útero, pero tampoco es partidaria de embolizar a mi amigo el mioma porque, al tener que intervenir las conexiones arteriales, puede afectar y reducir mi fertilidad. Opta por ponerme primero un tratamiento anticonceptivo para intentar regular mi periodo, tres meses.

Aprovechando una revisión en un hospital privado de Madrid, mi padre me recomienda que, con nuestra buena experiencia allí, pida cita para una opinión más sobre mi caso -esta vez, no derivada por otro médico, sino eligiendo yo misma la "segunda" opinión privada-.

Dios me viene a visitar.

El nuevo ginecólogo alucina cuando le cuento toda la historia y me pregunta, entre el asombro y el cabreo, quién me ha planteado quitarme el útero por un mioma con 29 años que tengo. Casi ni me cree de lo rocambolesco que le parece. Me reconoce y me plantea la solución más sencilla y clara que me han dado hasta el momento: los anticonceptivos que me han puesto son sólo un parche que no va a solucionar nada, y él ofrece operarme, sin abrirme, para mandarme a casa en el día, después de reducir el tamaño del bultito con unas pastillas durante un tiempo.

Palabras de mi padre: “yo no me lo pensaba. Éste hombre te ha dado la mejor solución”.

Después de un ciclo de 66 días, ahí en octubre, me viene la regla. De nuevo con hemorragias. Once días. Desaparece. A los cuatro días, vuelve a bajarme… para quedarse en casa 17 días seguidos más.

La vida es maravillosa. Me mareo a cada rato, me siento flojísima todo el día… Me llevan a urgencias y una doctora jovencísima y bastante sensata me anima porque estoy aguantando genial esta larguísima y abundante regla, sin anemia, además de urgir en su informe que me citen para enero, y me calma con el tema de quitarme el útero: “Eso nunca, habiendo otros tratamientos nuevos”, me dice. Me recomienda esperar a hablar con el ginecólogo de la sanidad pública en cuanto me citen para consultas externas.

A todo esto, mi padre fallece.

¡¿Cómo?! Para responder a esa pregunta, se me ocurren un par de cuestiones a preguntar a un par de médicos. ¿De qué? Lo sabemos gracias a la doctora internista que no se ha separado de la cama de mi padre durante sus dos ingresos navideños, a la que al principio os dije que admiro. Ella, a sus treinta y pocos años como mucho, sí que es una autoridad.

A mi padre, se lo han dejado ir desde que en octubre empezó a quejarse de dolores abdominales que su doctora identificó como gases, primero y con mucho ahínco, con dudas a veces de si sería una gastritis… Después, asegurando que se trataba de un cuadro de cólicos no complicado porque no rompía, y confirmado en urgencias, donde le aseguraron que lo que le estaba fastidiando era el colapso de su vesícula por piedras. Ayva! Si incluso tienes algo inflamado el hígado.

Es en urgencias, uno de esos días que mi padre no podía ni llegar caminando a su destino entre resuellos, porque se asfixiaba y se cansaba sobremanera, cuando deciden ponerle en lista de espera para quitarle la vesícula y le derivan al especialista. El cirujano le ve y prefiere no intervenir hasta haber descartado “otras cosas”. Le adelanta para tres días después una ecografía, programada en principio por la supuesta operación de vesícula para mediados de enero de 2016 (no habría llegado a hacérsela). Ahí ven el estado deplorable en el que se encontraba el hígado de mi padre y empiezan a sospechar de la existencia de tejido metastásico. El cirujano deriva la historia a Medicina Interna y, esa misma tarde, la doctora encargada del caso intenta como loca ubicar a mi padre, que estaba de nuevo en urgencias, para ingresarle.

Ingresamos el lunes 21 de diciembre y, cuando voy a por la baja de mi padre a la consulta de su doctora de cabecera (que casi me deja para el final por no ser mi padre quien iba a pedir la baja por su ingreso, hasta que intervienen otros pacientes citados más tarde), me habla de sospechas de cáncer de colon o de páncreas. Y encima lo hace tirando de pruebas y de historial.

Eso, os recuerdo, después de haberlo mareado a él durante dos meses con fármacos para los gases hasta dar con los cólicos de vesícula. Una eminencia.

El miércoles 23 de diciembre, a mi padre le hacen gastroscopia, colonoscopia y TAC en el hospital de Mérida. Y la internista ya nos confirma a mi hermana y a mí que mi padre tiene metástasis en el hígado, que no saben si incluso en una glándula suprarrenal y que han visto algo con muy mala pinta en el estómago. No hay posibilidad de operarle. Veremos a ver si le ponen quimio. No sabemos cuál es el órgano primario. La esperanza de vida es de un mes, tres… un año con quimio. No se puede determinar. Mi hermana se rompe. La doctora nos pide que hablemos con la familia, pero que no le contemos nada a él para darle esperanza y, aquí, se rompe ella.

Nos dan el alta. Vacaciones para pasar Nochebuena y Navidad en casa, a la espera de volver a ingresar el domingo y darnos los resultados del TAC, los que tienen que aportarnos luz sobre el origen, el lunes 28 de diciembre. Ese día, nos confirman cáncer de estómago en estadio cuatro con metástasis en el hígado. Para conocer el tipo, faltan aún los resultados de patología, que desde el miércoles esperaban a entrar ese mismo lunes en laboratorio (servicios mínimos en servicios públicos).

La doctora habla también con mi padre, y le dice entrelíneas lo que hay, que posiblemente le pongan quimio. Mi padre y el resto de mi familia queríamos ir a por una segunda opinión por la privada. “Si esto es lo que hay…, es lo que hay. Pero cuanto antes. Si tengo tratamiento el miércoles, no doy vueltas”, dice mi padre.

Comienza a comer mejor. Pero después de una pésima noche y un día sin fuerzas, empieza a apagarse y, esa noche, se nos va.

Al día siguiente, el dichoso miércoles, salen los resultados de patología: Adenocarcinoma. Ni gases ni piedras en la vesícula. 
Gracias, sanidad pública.

Pues con éstas que, tanto yo el miércoles de las pruebas, como mi madre el dichoso martes que nos arrebata a mi padre, reclamamos y cambiamos la cita de ginecología de la que yo estaba pendiente, y que volvía a retrasarse.

20 de enero, 11:35hs.
Entro en consulta, sabiendo por un cartelito de papel improvisado que toca un conocido ginecólogo, con clínica privada y con bastante mal nombre. Entramos mi madre y yo, nos dice que nos sentemos mientras, creo ingenua, él localiza mi historia para dar rienda a la cita, con dos ecos sobre la mesa que se acerca a sí y que luego debieron corresponder a otra paciente. Ni me pregunta para qué he ido.

Cuando por fin ubica mi último informe de ginecología, de urgencias, no el de las consultas anteriores (vamos, que no tenía ni idea de mi historia), ve que me han recetado un medicamento por si los hipersangrados (que nunca he necesitado finalmente por la píldora). Así que le cuento, para situarlo… y me echa una señora bronca.

Me dice que si ya otra doctora me ha recetado una anticonceptiva y me puedo permitir la privada, que qué hago acudiendo a consulta por lo público?!, habiendo la lista de espera que hay, cuando esta cita la podría estar aprovechando otra persona que lo necesitara más que yo. Y todo esto con un cabreo monumental.

De esto que… ¿se te van las mejores?
Me encantaría haberle dicho a ese famoso doctor que, igualmente, qué hace él ocupando una plaza de funcionario sin prepararse las citas y cobrando ese pastizal, habiendo el paro que hay, cuando después se va a su clínica privada a cobrar 100 pavos por consulta.

Viva la Pepa.

Pues voy, como dice mi madre, porque tengo derecho y pago mis impuestos. Y añado yo que soy partidaria de la pública y que dos doctoras a las que me han convencido para ir, y una me derivó a otra, me han asustado bastante y estoy cagada. Y él sigue con que hay lista de espera. Le digo que no se preocupe, que no me vea, que me den el justificante que me voy a trabajar. Y le suelta mi madre que si confiaremos en la pública, que a mi padre lo han tenido dos meses diciéndole que padecía de vesícula y, en una semana, ha muerto de un cáncer de estómago avanzado con metástasis. En ese mismo hospital. El doctor, con toda su autoridad, se calla.

Imaginaos las ganas que tenía yo de despatarrarme para que me reconociera el ginecólogo de turno.

Pues me ve, porque la enfermera me insiste para no irme, y empieza a medir el mioma. Cinco centímetros y medio. De tres con los que empezó hace año y medio… De cuatro aproximados que tenía después del verano. Desde octubre, ha crecido un centímetro y medio. Y, por fin, el médico se pone en alerta.

Que me quiere hacer una resonancia, que no es partidario de la anticonceptiva que tomo porque son hormonas que contribuyen al crecimiento del mioma, que hay que operar, que me van a citar enseguida para la prueba y que si quince días después de hacérmela no me han llamado para volver a consulta, que reclame para ver los resultados. Qué urgencias!! Pero si hay lista de espera y hay gente que la necesita más que yo. Pues nada, a pagar impuestos para que te manden a la privada.

Que así va este país. Defensores de la pública que van a cubrir expediente, cobrando su sueldazo de médico funcionario, tratando a los pacientes como si ellos fueran dioses y tú basurilla haciendo bulto en sus agendas, para irse luego a sus consultas privadas a cobrar otro pastizal, importándoles un piojo que con lo que tratan día a día es la salud de la gente.

¿Autoridad… todos? Hombre… que aquí hay de todo, como en todos lados. Y, como decía mi profesor de Periodismo Especializado (a la sazón doctor en Ciencias Químicas) la medicina no es una ciencia, es una técnica, porque los diagnósticos no son siempre exactos para las mismas enfermedades y varían tanto de un paciente a otro, como de un médico a otro. Y esto último es bastante heavy… Porque uno te pone un tratamiento, otro te lo quita, yo sigo con mi mioma y... mi padre... señores... ha muerto.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Flaco favor

Han vuelto las duchas calientes con su vapor de agua

A todo cerdo, en serio